Los mapas han sido históricamente la herramienta que nos ha permitido hacernos cargo de la complejidad de la ciudad. Todo parece caber en un mapa, todo se deja ordenar y clasificar por el mapa. De este modo los mapas ejercen una suerte de gobierno a distancia sobre la población de las ciudades. Organizan los lugares de tránsito y encuentro de la ciudad, sus mercados y sus calles, sus ejes de futuro crecimiento, también sus rincones oscuros y sus afueras. Distribuyen así nuestra capacidad de descubrimiento y sorpresa, nuestras percepciones y miedos sobre los tiempos y espacios de la ciudad. Las ciudades visibles, las ciudades invisibles, las ciudades deseadas: unas y otras buscan y encuentran sus negociados en los mapas.
A lo largo del siglo XX las vanguardias artísticas y los movimientos sociales nos han invitado a sustituir el uso del mapa como herramienta de gobierno por el uso jovial de la cartografía como herramienta de ensoñación. Han hermanado el arte de la cartografía con el arte de la controversia y así nos han descubierto paseos y paisajes de luchas y memorias enterradas, de levantamientos silenciados y de aspiraciones truncadas.
También las calles de Madrid han acogido cartografías de la controversia. Desde los contra-planes diseñados a principios de los años 1970 por las asociaciones de vecinos a los más recientes Paseos de Jane o el Mapa de Calles Tranquilas para ir en Bici, la ciudad ha visto multiplicar sus planos, sus mapas y sus ensoñaciones cartográficas. De sus manos hemos descubierto no sólo nuevas historias y nuevos relatos sino también otras imaginaciones técnicas, otras sensibilidades de lo político y lo material.
IMAGEN. El Paseo de Jane de Madrid, mapa del paseo por Carabanchel. El Paseo de Jane de Madrid.
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